lunes, 3 de octubre de 2016

El conserje

Como un cerdo siendo maniatado, así sonó el primer grito; el segundo fue más como un lamento, uno profundo, de esos que quedan en el alma, de los que aparecen en los sueños macabros. El letrero que colgaba tenía símbolos extraños y lo clavaron frente al condominio, en su pomposa entrada, en la parte alta del arco que tiene escrito en romano el dos mil veinticinco, su madera resistió el peso del conserje de turno.

Eran las tres de la mañana de un lunes cuando Doña Matilde habló por última vez con Don Benicio. Le llevó el termo con café para el resto de su turno. Conversaron de lo que estaban dando en la televisión y se despidieron con un beso apurado. Se conocían desde hace treinta años, ambos enviudaron hace poco y, a pesar de ser muy evidente su mutuo cortejo, nunca habían ido más allá de la cortesía, la amabilidad y una conversación amena. Se miraban. Se sonreían. Intercambiaban tres frases y se quedaban callados, no encontraban cosas que decir así que se despedían apurados. Esa madrugada se miraron y hubo un momento en que algo pudieron haber dicho, pero Doña Matilde sonrió, movió la cabeza y salió de la caseta, dio dos pasos y fue embestida con un hacha en su tórax. No gritó ni lloró, soltó un leve gemido y murmuró ...Benicio... y se desplomó hacia la tierra chocando contra el suelo.

En la caseta, Don Benicio quedó con el eco de su enamorada, su sonrisa, su café; comenzó a divagar frente a su televisor. Habían ocho pantallas más que mostraban lo captado por las cámaras de seguridad. A simple vista se podía distinguir cómo una turba sacaba a la gente de sus bellas casas, siendo arrastradas por sus bellos prados y masacradas a hachazos en la calle; Don Benicio seguía sonriendo mirando a la nada frente a su televisor.

Soy el conserje, no me hagan daño, por favor, yo solo trabajo aquí… Eligieron su brazo izquierdo, en su muñeca marcaron una X, lo levantaron y con una escalera lo subieron. Entre cinco lo afirmaron y clavaron el letrero a través de su muñeca.

A las siete de la mañana llegó el primer furgón escolar. Don Carlos manejaba y desde varios metros notó que había algo raro y bajo la velocidad. En un punto logró distinguir una persona que colgaba desde su brazo en el arco de la entrada del condominio, también había un letrero, decía algo, vió sangre y retrocedió, tomó su teléfono y llamó a Carabineros. En un par de minutos llegó una patrulla, le dijeron a Don Carlos que se alejara, por radio pidieron una ambulancia, refuerzos, desenfundaron sus armas y cautelosamente se acercaron.